Te escuché suspirar en sueños mientras me envolvias con tu cuerpo cálido y metías tu cabeza en mi pecho. Desperté totalmente, alerta, como una gacela olfateando en el aire el aroma del lobo; es cierto que los viejos hábitos toman tiempo en dejarse. Estaba acostumbrada a algo totalmente diferente pero similar al mismo tiempo, y eran otros brazos y otro aroma el que me envolvía, era otra sensación y un tiempo que ahora me parece lejano. Todavía soy reacia a admitirte a pesar que eres ya un invitado de honor dentro de esta amalgama de sensaciones, es poco más mi total desdén por cualquier cosa que signifique vulnerabilidad. Sin embargo, tus manos fuertes, cálidas, al rededor de mi cintura, buscando de forma juguetona bajo la blusa me hacen sentir pequeña, como una piedrecilla arrojada al mar, maravillada por la fauna marina a pesar de no darse cuenta que se hunde y se hunde más. Sin embargo, me siento protegida, tu aroma me envuelve. ¿Es almizcle? no, creo que es vainilla. Así como tu pie...
Por Adriana G. Cortés