Nuestra amistad no va mas allá de unas cuantas cervezas juntas y quizá una o dos veces que la he visto llorar. Se llama Alejandra, tiene diecisiete y ya es consumidora de drogas habitual. No es fea, tiene una sedosa piel cobriza y pelo castaño que le llega a los hombros. Se oculta tras una máscara de bravuconería y cree ser vale madres cuando lo que realmente consigue es que las personas se alejen de ella irrevocablemente, quedando como vil pendeja, susurrando incoherencias mientras esta borracha como una cuba. Mientras la vida y los ánimos se le escapan de los dedos, ahogando sus penas de una manera cobarde. No la culpo, alguna vez yo sentí la misma urgencia de encontrar una vía de escape, una solución final a todos los problemas, aunque ahora eso me parece lejano. Ahora veo como se le va el tiempo, temiendo cada día que termine muerta de una manera casi trágica. Diecisiete años y siendo casi una delincuente juvenil, de alguna...
Por Adriana G. Cortés