Desde que era chavita se me han cruzado los cables. Supongo que no soy la única. Todos tenemos nuestros ratos buenos y también los lapsos en que enloquecemos mucho o poco. A veces por tonterías, en ocasiones con justa razón, pero siempre se nos están cruzando los cables... Yo era de esas chamacas tranquilas, algo calladas, que se embobaban con la tele o que se la pasaban haciendo tarea muy concentradas, pero alguna tarde se me “iban las cabras al monte” y era difícil seguirme el paso o localizarme. Me refugiaba en las azoteas, trepaba los árboles más altos, caminaba por el filo de las bardas, provocaba a los perros del vecindario, inventando que yo era un explorador temerario en el Ártico o aventurera en territorios africanos. Y regresaba a casa cuando el sol ya se había ocultado, con los pantalones rasgados y uno que otro raspón en las rodillas. Mi madre a veces se enfadaba y terminaba por castigarme, a veces con severidad y otras con gestos de preocupación. Supongo que se pregun...
Por Adriana G. Cortés