Siempre supe que tenía que enfrentarme a una de las palabras que me agobian: razones. Para mí era como un cuchillo al rojo vivo saber el motivo de su llamada desde el primer timbrazo, por la forma petulante de pronunciar cada oración y el pesar que se le denotaba en la voz. La voz de mi pianista, que cantaba hermosas melodías para mi, mientras sus manos acariciaban las teclas del piano, ahora sonaba cargada de nostalgia de duda. Y yo sabía por qué. Por que tengo esa horrible necesidad de jugar juegos que de antemano sé que voy a perder. Por que siempre dejo asuntos sin concluir. Por que a pesar de mi egoísmo en los sentimientos, de mi introversión respecto a las cosas que considero no les importan a nadie, tengo esa tendencia al miedo de las reacciones que las personas al rededor pudieran tener, no en relación a mi o al que dirán, sino precisamente con respecto a mi y a lo que puedo causar. Cosas muy banales como en una ópera surgieron de repente, como el...
Por Adriana G. Cortés