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Crónica de un domingo

  Me desperté más temprano de lo habitual, enrrollándome en las sábanas. Sentí un cuerpo tibio a mi lado y me abracé a él. Un lugar de mi subconciente se despertó de golpe, asustado. ¿Qué era éso que estaba ahí? ¿Qué hacía en mi cama?. Como si no me acostumbrara, ya casi después de un año, a la felicidad. El ser que compartía el lecho conmigo despertó también y una expresión divertida pasó por su bello rostro adormilado. Abrió los ojos y me miró. Esos ojos marrones por los que hago todas las cosas que hago miraron de repente mi alma, y me adormilé de nuevo, abrazada a aquel ser que me devolvió la vida.


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 Los borrachos y los niños siempre dicen la verdad, es algo que aquí en México se dice a boca llena. Y es verdad, de niña yo era bastante preguntona, sincera, me gustaban tremendamente los árboles y las lagartijas. Me pregunto cuándo dejé de ser niña para convertirme en una adulta independiente, responsable, y llena de sueños sin cumplir como todos en esta ciudad. Cada vez me parecen más familiares los rostros fríos e inexpresivos que veo en la calle, me identifico cada vez más con ellos, envejezco un poco más y la niña de mejillas rosadas va muriendo lentamente. Cada vez soy más máquina y menos humana, Cada vez tengo menos tiempo para pensar, y sólo veo sobre la mesa cuentas sin pagarr, facturas, deudads...cada vez soy menos yo.

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