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El joven de ojos canela.

Grandes y asustados, la miraban. Era un par de ojos imposibles de olvidar; dulces y oscuros como caoba. que parecían encerrar secretos que ella quería descubrir. Diez botellas vacías de cerveza al rededor del cuarto de hotel, música que alguno de los dos (quién sabe en qué punto de la velada) se dió el tiempo a poner. Conforme el hombre se fue acercando, mil imágenes la asaltaron: la traición, el dolor que ella conocía bien no quería infringirlo. Sin embargo, Café Tacuba canta para ella: "tú mañana ya te fuiste/pero antes me dijiste 'el futuro es hoy'". Y sin pensarlo demasiado probó con ansias los suaves labios rosas que ofrecían una dulzura y un embrujo tales que, un trío de cervezas más tarde, ella comprobaría entre besos y sábanas: un mar entero de emociones no todas negativas. La mañana llegó, y con ello la resaca. El joven de ojos canela miró con devoción el cuerpo desnudo que yacía a su lado y lo besó con tanta ternura como la noche anterior, antes que cayeran uno en los brazos del otro. Ella miró su rostro infantil, inocente, que escondía tantas historias y cuentos por contar, reales o ficticios. Su barba prolija delataba su verdadera edad, pero esos ojos, sí, esos ojos canela dejaban ver la sinceridad de sus palabras. Conforme las horas pasaron y solo sus necesidades humanas se interpusieron a sus deseos meramente carnales decidieron abandonar el templo donde horas antes habían sacrificado a Afrodita parte de su corazón. La estación esperaba. Ella aún sentía su delicioso sabor en la punta de la lengua, sabía a sal, a mar, a licor, a semen. Sabía a él. Al final, un beso de despedida tuvo el regusto de la duda, del quizá, de una historia que, muy posiblemente jamás comenzará.

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