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Quizá una rutina

Yo escribo, por que me encanta leerte,
escondido entre mis lineas,
sin embargo, me acosa una huelga de versos,
en la que me niego a escribir de ti,
todo con tal de no pensarte,
é no sabe que el verdadero motivo fuiste tú,
y tan perverso es el mundo que nunca sabrás,
lo que eres para mi.
Dejemos las miradas a escondidas,
los reclamos enredados,
dejemos de ser lo que somos para ser lo que un día aun por minutos fuimos,
no quiero decir en este verso que, te quiero,
no pienso mencionarlo y menos gritar cuanto te extraño,
mejor que el tiempo decida el momento para toparnos de frente.


 Como cualquier ser humano, no tolero el dolor. Es una sensación parecida a la asfixia, y me temo que es precisamente eso. El dolor emocional hace que la poca alma que me queda, o los retazos de ella, se asfixien en un mar de dudas y aflicciones baratas que cualquier borracho de cantina podría bien ponerse a describir. Técnicamente soy un bohemio encerrado en el cuerpo de una joven adulta, que se mantiene sola, que ha iniciado una nueva vida y que sin embargo es tan desgraciada como cualquiera. Mis asuntos tienden a economizar preguntas e intereses, he caído en una rutina común que no sale de mi zona de confort, pero no por eso deja de acosarme una duda, una idea, o un verso de cuando en cuando, himno de mis realidades maquilladas, listas para el espectáculo y para la redención. Quizá más de tres veces, cuatro, no me bastarán para aprender de mis errores, por que si, soy masoquista, y ésa es la razón de todos los sufrimientos que, según yo, me afligen, aunque sé que no es más que una mascara para ocultar mi verdadero problema: me he perdido. He roto una promesa, he mentido, como todos los días de mi vida, como todo buen cínico tiende a hacer. Unas cuantas veces más y podremos reclamar un premio. Unas cuantas veces más y habremos perdido el alma. Podré encontrar algunos retazos, y coserlos como pueda con hilo de dudas, retazos encontrados en una sonrisa sincera, en un ascenso en el trabajo, una mirada a sus ojos, una cerveza en aquel bar de mala muerte, en un café por la mañana o en una caricia cada vez menos frecuente. Quizá mi verdadera identidad aparezca después de unirlo todo. 









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