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Sin título...suficiente

El caballero luchaba con aquel dragón fiero y sagaz, que lanzaba manotazos con sus enormes garras aceradas. El valiente caballero de ojos marrón esquivaba sus ataques con destreza, sin embargo, el escudo que lo protegía se debilitaba más y sus fuerzas ya decaían, sin parecer que el dragón fuera a rendirse. Era, sin duda, una bestia mítica, como sólo la esperas ver en tus peores pesadillas, con escamas duras como la piedra, ojos rojos, de los cuales brotaba el más puro odio y aquel aliento que dejaba a su paso el perfume de la muerte. El caballero de ojos marrón trataba de acertar con la espada en el corazón de la bestia, sin embargo, no lograba terminar la batalla. A lo lejos, su damisela le gritaba: "¡Basta ya¡ Morirás si sigues en pie de lucha. ¿qué será de mi si tú mueres? ¿quién va a cantarme entonces, a ayudarme en mi soledad, quién va a curar mis heridas? deja, pues, que yo cure las tuyas en esta batalla que has librado". Sin embargo, el caballero era sordo a los ruegos de su amada, pues pensaba, que si lograba salir victorioso de ésta batalla, él permanecería al lado de su amada doncella para siempre. ¡Y entonces sí sería feliz! y la haría feliz a ella, llenándole de cantos, de besos, pero ahora...ahora tenía que derrotar a la bestia, para hacer un mundo mejor para ella y poder ofrecerlo, poder descansar al fin de su demonio y entregarse por completo. La lucha continuó, y el hombre y la bestia estaban ya fatigados, cada embiste hacia que el escudo y la armadura del caballero se desgastara más y estuviera lleno de cicatrices. La espada, antes reluciente y acerada como las mismas garras del dragón, era ya sólo una estaca, que un esfuerzo descomunal, el caballero de ojos marrón logró clavar en un punto entre el cuello y el pecho de la bestia. Así, furioso, imperturbable, hundió una y otra vez lo que quedaba de su espada en la carne ya lacerada del dragón. Cansado y lleno de júbilo por su victoria, el caballero corrió al lado de su amada, para poder decirle "¡Vida, podemos ya ser felices! el monstruo se ha ido..." sin embargo, al llegar al lugar, encontró sólo el cuerpo inherte de su amada doncella, que sostenía en sus manos frágiles una rosa blanca, símbolo de su espera. La muerte llegó antes que él, llevándosela consigo, llevándose su calor y dejándole a él solo, tan solo como cuando inició la pelea. ¡Él, que había luchado con el demonio para ser feliz al lado de la doncella...ahora, veía a la muerte irse con todo lo que él había dado la espalda...por querer protegerlo!. Negándose a dejar morir al único ser que le espero en la batalla, tomó el bello cuerpo sin vida de la muchacha y se internó en el bosque. Ahí, encontró un hechicero, que le dijo "Tu amor te ha traído aquí, y también tu amor se la ha llevado. De haber abandonado la batalla, pudiste haberte vuelto con ella, en lugar de pelear sólo con el dragón. Así, al volver a su lado, protegiéndola a la vez a ella, te hubieras dado cuenta del veneno que la bestia dejó correr, mismo que le ha arrebatado la vida". El joven se sintió devastado, y le imploró devolverla a la vida, prometiendo que de ser así, él se quedaría con ella para siempre, para cantarle, para arrullarla en las noches y para dormir a su lado, protegiéndola siempre. "Hay un modo", dijo el hechicero, astuto, "pero tendrás que dar tu corazón para que el de ella vuelva a latir". El joven admiró el rostro angelical de la doncella, que parecía dormir, cuyo cuerpo se veía tan lozano como si la muerte no la hubiera tocado. "¿Será feliz?" inquirió el caballero. "El futuro es incierto" replicó el mago "sólo puedo decirte que despertará tan sedienta, que entregará su corazón al primero que le de de beber. Y yo tengo mucha agua". El joven, sintiéndose abatido, y dirigiendo su propia espada a su corazón, pronunció sólo dos palabras. Dos palabras que le costó trabajo decir mientras vivió, cuando ella le acariciaba, cuando dormía a su lado, cuando le cantaba. Y esas dos palabras surgieron como una exhalación, mientras la mano del valiente caballero empujaba el acero en su órgano vital: TE AMO, dijo, y cayó mientras la última visión que tenía era de su amada doncella, bebiendo del agua que el hechicero le ofrecía.

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