Recuerdo casi con nostalgia, a pesar de haber sido hoy, la visión de su espalda desnuda, acariciando las teclas del piano que tenía frente a sí, ignorando los ruidos de la ciudad y sólo concentrado en tocar aquella melodía que me producía un nudo en la garganta. De arriba hacia abajo, acariciaba la espalda de mi pianista extasiada por la tersura de su piel y embriagada también por los acordes que salía de aquel piano. Podía quedarme horas sin moverme sólo mirándolo tocar, tenia una gracia infinita en la manera de mover los dedos y crear armonías. Sin embargo, su hábito de soñador a veces no concordaba demasiado con mi manera literal de ver las cosas, y aunque él decía quererme demasiado, lo nuestro sencillamente no funcionó. A pesar de tener una química casi perfecta. A pesar de nuestros gustos tan similares y diferentes. A pesar de todo, un día un ente del pasado ensombreció sus canciones y dijo que sencillamente no podía lastimarme más. Un día simplemente se alejó de mi y me aferré a las melodías que recordaba y que se habían clavado un poco en mi alma. Esas notas, que me parecían hermosas, ahora eran un himno a mi desgracia, no sólo en mis relaciones, no sólo en mi vida, sino a la desgracia de saber. Y mi compositor preferido, cosa rara, sigue conmigo, en la misma medida, con un abrazo y una caricia disponible para mí. Sin embargo, mi visión a futuro es así: él, tocando una melodía para alguien más, con el mismo, o quizá mayor ímpetu con el que hace acordes para mí. Por que tales cosas no pueden simplemente desaparecer, como un viento pasajero.
Mientras pienso, y escribo, suena el teléfono. Era el, sacándome de mis ensoñaciones
Y aún así, no me importa. La visión divina de su espalda desnuda, de mi pianista acariciando las teclas del piano, cuando en aquel momento, y antes de que sucediera lo inevitable, me acercaba dulcemente, le abrazaba. Y ponía sus labios entre los míos, mirándome a los ojos y sin dejar de acariciar las teclas, susurraba los versos de una canción: "Se detiene el reloj sobre nosotros/ caen las diez que resbalan por sus hombros y se cuela la luz/ que se enreda en tu pelo, pero la liberas tú/ oro y diamante, por un instante de tono azul..."
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