Siempre supe que tenía que enfrentarme a una de las palabras que me agobian: razones. Para mí era como un cuchillo al rojo vivo saber el motivo de su llamada desde el primer timbrazo, por la forma petulante de pronunciar cada oración y el pesar que se le denotaba en la voz. La voz de mi pianista, que cantaba hermosas melodías para mi, mientras sus manos acariciaban las teclas del piano, ahora sonaba cargada de nostalgia de duda. Y yo sabía por qué. Por que tengo esa horrible necesidad de jugar juegos que de antemano sé que voy a perder. Por que siempre dejo asuntos sin concluir. Por que a pesar de mi egoísmo en los sentimientos, de mi introversión respecto a las cosas que considero no les importan a nadie, tengo esa tendencia al miedo de las reacciones que las personas al rededor pudieran tener, no en relación a mi o al que dirán, sino precisamente con respecto a mi y a lo que puedo causar.
Cosas muy banales como en una ópera surgieron de repente, como el llanto, el balbuceo y de repente me sentía casi normal, si no fuera por que mentalmente no figuraba yo en ninguna de estas acciones: mi mente se entretenía pensando cosas como: "Vale, esta vez la hiciste buena". Una frase que para mí funciona como un sugestivo regaño que contiene la dosis perfecta de las cosas que dañan a la gente, la ironía mordaz que tanto lastima, me hiere como una espada."Antes de que surja algo más" comenzó a decir mi pianista "necesito que me des una sola razón por la cuál quieras estar conmigo y no con él. No te pido que me digas un 'creo' o un 'pienso'. No. Necesito que me digas una razón por la cual quieras que me quede.". Algo casi patético surgió de mis labios: "Te quiero. ¿No es ésa una razón?". Un silenció abrumador surgió. "No" dijo finalmente. "Sabes que yo te quiero también, pero después de esto...tengo dudas, ¿sabes? acerca de lo que yo soy para tí". Dudas. Aunque en mis ojos había lluvia, y un nudo me oprimía el pecho, algo pasó. Todo fue claro. Yo sabía que lo quería. Pero había algo más, Sí, yo no tenía razónes por las cuales estar con él ni para que él se quedara conmigo. Era sólo la necesidad de necesitarlo. Y eso no hacía que doliera menos.
Fue la conversación más larga y difícil que habíamos tenido hasta ahora. Mi pianista estaba seguro de sus razones por las cuales quería estar conmigo, pero yo no podía decir lo mismo, sin más por hacer, lloré en silencio como sólo pocas veces lo había hecho, conciente de que no tenía derecho de hacerle daño a nadie. A él, a mi asunto pendiente, a mí misma. La búsqueda de la felicidad tiene que ser difícil, pero ¿tener que arrastrar a alguien consigo y tener que usarlo como arma, como seguro? ya era demasiado. Y sí, lo más sensato que pudiera hacer es decir: no tengo motivos por los cuales estar aquí, y tú no tienes obligación alguna de estar aquí tampoco. Y va a doler. Demasiado. Mi cabeza pensaba en esto, dándome cuenta también que mi autoconocimiento tampoco está bien definido. Que mi ego es más grande que mi fortaleza, y que ésta es la primera prueba y la primera lección que debo aprender, que esas cuentas sin saldar, un día van a quemarme viva. Y entonces tendré que resolverlo todo mientras ardo, de dolor, de angustia, de desesperación. Mi silencio se prolongó tanto que incomodó a mi pianista, que me dijo, sonriendo, conteniendo las lágrimas: "¿por que callas? si aun no me he ido...estaré el tiempo que sea necesario, estoy contigo, no me he ido a ninguna parte..." pero yo sabía que era lo más sensato.
Comentarios
Un saludo.