"De plano contigo no se puede" me dijo de repente Janet. "No te tomas nada en serio". Eran en esos días de secundaria, de trabajo en equipo, y me reclamaba por que no había hecho absolutamente nada. Me advirtió que si no lo que, según ella "era seguro que nos ´sacábamos´ diez" estaría fuera del equipo. A mí me parecía una estupidez hablar nuevamente del embarazo adolescente, un tema más que trillado en la escuela, con el que te bombardeaban a diario. Todo el equipo quería hablar de algo diferente, pero ella, de alguna manera, lograba que la mayoría se pusiera a su favor.
"No es que no me tome las cosas en serio, es sólo que no me importa tú calificación, me importa la mía. Y no quiero hablar de pendejas que se embarazan por calientes". Hablé con el profesor de español, que me permitió hacer el trabajo de forma individual. Y como siempre, dejé todo para el final, mientras mi equipo y ella se desgastaban por conseguir condones y exhibirlos en clase, por sacar las mejores fotos de internet y hacer cartulinas de los colores más chillantes. Y al final su trabajo quedó colorido y carente de sentido. Más de la mitad de los equipos habían elegido el mismo tema. Aún recuerdo la expocisión por que todo el tiempo, Janet estuvo mirándome a mí. "Y si no se cuidan y no toman en serio las cosas, pueden llegar a arrepentirse" finalizó, orgullosa, segura de haber obtenido una buena calificación. Después de un aplauso desinteresado por parte del grupo, fue mi turno. Desdoblé la cartulina blanca y simple que había elaborado durante el receso, con una imagen y el título de mi expocisión. La famosa novela de Alberto Moravia "La Romana", libro por el cual obtuve mi nombre propio. Algo que a mí me gustaba, que a nadie le importaría y con lo que el profesor estaría feliz, lo suficiente para estar satisfecha.
Comecé a relatar lo que había leído hace poco, y como la historia habla de una prostituta un tanto ingenua, Janet se sintió contrariada. Logré mi cometido, tuve un diez, a mi profesor feliz e incluso logré que algunos de mis compañeros me pidieran el libro prestado o al menos se interesaran el él.
A la salida, me encontré a mi compañera "¿Qué es lo que te pasa? Sólo tratabas de insultarme". "Yo no soy la que habló sobre su futuro". Se quedó boquiabierta y mientras me daba la vuelta para largarme, Janet me gritó "Seguramente tenías más en común con tu libro además del nombre". Quería responderle algo genial, pero no tenía ánimos. Sólo la miré y sonreí con malicia, como diciendo "Ya veremos".
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Mis relaciones se van al diablo en cuestión de meses por una simple y llana razón: siempre me consigo imbéciles. Punto. Ni siquiera tengo la excusa de tener autoestima baja, o de estar falta de cariño. O es que mi definición de "imbécil" es poco ortodoxa.
Roberto, o "Rober" (me cagaba que se comiera la "r" de "Robert") me mandaba mensajes cada diez minutos con el mismo contenido "¿Qué estás haciendo? Te extraño". A cualquier mujer normal supongo que eso le encanta, o no sé, pero a mí me molestaba al punto de que le respondía "Estoy en el baño, ¿se te ofrece algo? Aquí no hay tiempo de extrañarte". A veces no contestaba, y decía que nunca le hacía caso, y posiblemente haya tenido razón, nunca me ha importado nadie más de lo que me he importado yo misma. Y luego se quejaba de que yo no quería que la relación funcionara, cosa en la cual también tuvo razón. Un día se cansó y se fué con su mejor amiga, alegando que "quería que las cosas terminaran bien pero yo nunca tenía tiempo y era muy fácil resultar insoportable". Y también tuvo razón. Actualmente está a punto de tener un chamaco con la que según él es la mujer de su vida, aunque la muela a golpes, aunque la engañe, aunque ella me odie. Por que hasta hace poco supe que su mujercita era Janet. Que pequeño es el mundo, y que miserable es el destino, aunque con buen sentido del humor. Y hay veces en las que todavía me grita por teléfono que me odia, entonces algunas estrofas viene a mi mente: "Yo no hablo hoy de amor/ por que soy mal perdedor/ si buscas quién lo diga/ pregúntale al que miente.../siempre he sido fácil de odiar/ y soy tan bueno como tú para llorar.../"
"No es que no me tome las cosas en serio, es sólo que no me importa tú calificación, me importa la mía. Y no quiero hablar de pendejas que se embarazan por calientes". Hablé con el profesor de español, que me permitió hacer el trabajo de forma individual. Y como siempre, dejé todo para el final, mientras mi equipo y ella se desgastaban por conseguir condones y exhibirlos en clase, por sacar las mejores fotos de internet y hacer cartulinas de los colores más chillantes. Y al final su trabajo quedó colorido y carente de sentido. Más de la mitad de los equipos habían elegido el mismo tema. Aún recuerdo la expocisión por que todo el tiempo, Janet estuvo mirándome a mí. "Y si no se cuidan y no toman en serio las cosas, pueden llegar a arrepentirse" finalizó, orgullosa, segura de haber obtenido una buena calificación. Después de un aplauso desinteresado por parte del grupo, fue mi turno. Desdoblé la cartulina blanca y simple que había elaborado durante el receso, con una imagen y el título de mi expocisión. La famosa novela de Alberto Moravia "La Romana", libro por el cual obtuve mi nombre propio. Algo que a mí me gustaba, que a nadie le importaría y con lo que el profesor estaría feliz, lo suficiente para estar satisfecha.
Comecé a relatar lo que había leído hace poco, y como la historia habla de una prostituta un tanto ingenua, Janet se sintió contrariada. Logré mi cometido, tuve un diez, a mi profesor feliz e incluso logré que algunos de mis compañeros me pidieran el libro prestado o al menos se interesaran el él.
A la salida, me encontré a mi compañera "¿Qué es lo que te pasa? Sólo tratabas de insultarme". "Yo no soy la que habló sobre su futuro". Se quedó boquiabierta y mientras me daba la vuelta para largarme, Janet me gritó "Seguramente tenías más en común con tu libro además del nombre". Quería responderle algo genial, pero no tenía ánimos. Sólo la miré y sonreí con malicia, como diciendo "Ya veremos".
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Mis relaciones se van al diablo en cuestión de meses por una simple y llana razón: siempre me consigo imbéciles. Punto. Ni siquiera tengo la excusa de tener autoestima baja, o de estar falta de cariño. O es que mi definición de "imbécil" es poco ortodoxa.
Roberto, o "Rober" (me cagaba que se comiera la "r" de "Robert") me mandaba mensajes cada diez minutos con el mismo contenido "¿Qué estás haciendo? Te extraño". A cualquier mujer normal supongo que eso le encanta, o no sé, pero a mí me molestaba al punto de que le respondía "Estoy en el baño, ¿se te ofrece algo? Aquí no hay tiempo de extrañarte". A veces no contestaba, y decía que nunca le hacía caso, y posiblemente haya tenido razón, nunca me ha importado nadie más de lo que me he importado yo misma. Y luego se quejaba de que yo no quería que la relación funcionara, cosa en la cual también tuvo razón. Un día se cansó y se fué con su mejor amiga, alegando que "quería que las cosas terminaran bien pero yo nunca tenía tiempo y era muy fácil resultar insoportable". Y también tuvo razón. Actualmente está a punto de tener un chamaco con la que según él es la mujer de su vida, aunque la muela a golpes, aunque la engañe, aunque ella me odie. Por que hasta hace poco supe que su mujercita era Janet. Que pequeño es el mundo, y que miserable es el destino, aunque con buen sentido del humor. Y hay veces en las que todavía me grita por teléfono que me odia, entonces algunas estrofas viene a mi mente: "Yo no hablo hoy de amor/ por que soy mal perdedor/ si buscas quién lo diga/ pregúntale al que miente.../siempre he sido fácil de odiar/ y soy tan bueno como tú para llorar.../"
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