Hay días que el mundo se olvida de encender la farola, ignorando así que somos miles, millones de habitantes en este planeta.
Hay días en los cuales no es posible sentirte a gusto ni contigo mismo, siendo presa de la frustración por no ser lo que siempre soñaste. Días en los cuales hay un rechazo disfrasado de llamada telefónica inexistente o mensaje de messenger. Esos días en los cuales no te caes bien ni a ti mismo.
Buscas consuelo en cualquier persona que este próxima a tí, como un vagabundo en pos de un pedazo rancio de pan olvidado en el cajón donde sueles guardar tus expectativas de vida. Y te das cuenta que el mundo de repente se ha quedado sin habitantes, ambiguas horas en que se desconoce al madrugador, al bohemio y al borracho.
Hay días en que no te sientes solo, sino que de verdad estas completamente solo. A pesar de estar rodeado de gente, todos te son desconocidos. Posiblemente todos estén igual de solos que tú. Un desierto, la soledad es un desierto y tú tan sólo eres un cactus en él.
Hay instantes que jamás regresan. Momentos en los cuales te comportaste como un imbécil, que fuiste egocéntrico, inmaduro, perdiste cosas que amabas y quizá otras que ahora añoras. Y como un Game Over regresa la frustración de saber que quizá no hiciste las cosas en orden.
Hay noches en las que el sueño vence a las lágrimas, sentencias sin ejecutar por aquellas hazañas. Como una farmacia llena de medicamentos, sin tener receta, es imposible saber qué medicina es la adecuada
Esa sensación no es nada grata.
Hay días en los que no tienes nombre ni siquiera. Que bien podrías responder al nombre de "Tristeza" "Decepción" o incluso "Resaca". Días en los que tu nombre importa tanto como lo que guardaste en tu alma antes de perderlo todo, se ser las migajas de lo que fuiste. O de ser una versión remake de la personalidad que de verdad querías forjar
Hay minutos donde todo parece haber escapado de tus manos. El día ha sido como un cheque sin fondos, embargando así tu alma, aunque éstas en la actualidad no valgan nada. Hemos caminado de prisa, sin mirar atrás, en pos de alguna sobra de esperanza y fe, un amigo, quizá un primer amor, un sueño. Y todo, como una broma, creada por algún Dios bipolar, nos detiene con una sonrisa en el rostro y una pregunta: ¿A dónde vas? Resulta que no lo sé
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