Nuestra amistad no va mas allá de unas cuantas cervezas juntas y quizá una o dos veces que la he visto llorar. Se llama Alejandra, tiene diecisiete y ya es consumidora de drogas habitual. No es fea, tiene una sedosa piel cobriza y pelo castaño que le llega a los hombros. Se oculta tras una máscara de bravuconería y cree ser vale madres cuando lo que realmente consigue es que las personas se alejen de ella irrevocablemente, quedando como vil pendeja, susurrando incoherencias mientras esta borracha como una cuba. Mientras la vida y los ánimos se le escapan de los dedos, ahogando sus penas de una manera cobarde. No la culpo, alguna vez yo sentí la misma urgencia de encontrar una vía de escape, una solución final a todos los problemas, aunque ahora eso me parece lejano. Ahora veo como se le va el tiempo, temiendo cada día que termine muerta de una manera casi trágica. Diecisiete años y siendo casi una delincuente juvenil, de alguna manera terminó teniéndome confianza estableciendo un lazo entre nosotras, no sé cómo ni cuándo, por que a mí me es imposible hacernos más íntimas. De repente, cuando veo la cara de Alejandra sobria, con una mirada cobarde y un semblante derrotado, me recuerda a una canción de Andrés Calamaro:
Quiero emborrachar mi corazón/Para apagar un loco amor/Que más que amor es un sufrir/Y aquí vengo para eso/A borrar antiguos besos en los besos de otras bocas.../Si las copas traen consuelo/Aquí estoy con mi desvelo, para ahogarlos otra vez...
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Se levanta de mañana y un día nuevo lo recibe con noticias trágicas de delincuencia, narco y crisis. Como si fuera una cruel ironía de la vida, decidida a darle una bofetada para humillarlo, el sol esta saliendo, parece que el día será caluroso y hermoso, casi un cuento infantil. Daniel va a su trabajo, besa a su esposa y sus hijos e intenta poner una expresión convincente, como diciendo "Todo irá bien" sin poder decir todo lo contrario. Al doblar la esquina, una muchacha que no parecía mayor de quince años, lo observa. El sexto sentido del hombre le dice que huya, que corra. Pero sabe que no hay que temer, a plena luz del día, y ella era sólo una chiquilla.
Sin decir palabra la muchacha delgada y morena se planta con decisión frente a Daniel, sacando una navaja de frío y duro metal. No tiene que decir nada, ambos saben de qué se trata. A pesar de todo, el hombre se queda paralizado, sin saber qué hacer, si darle el único sustento para su familia y salvar su vida o arriesgarse a enfrentarse a la chiquilla de aspecto enclenque. Lo segundo parece más sencillo, su fuerza no es comparable con la de un hombre mayor de 25 años. Pero no repara en el metal que atraviesa sus entrañas, con un chasquido morboso. Daniel deja este mundo, poco a poco, mientras la última visión del mundo es la niña, que sólo es una víctima más del sistema. El moribundo la perdona en silencio, pidiéndole a una fuerza superior que cuide a su familia, a su adorada esposa, a sus hijos...Clac, clac, clac. Uno a uno los cordones que sostienen su vida se desprenden, abandonándole lentamente.
Quiero emborrachar mi corazón/Para apagar un loco amor/Que más que amor es un sufrir/Y aquí vengo para eso/A borrar antiguos besos en los besos de otras bocas.../Si las copas traen consuelo/Aquí estoy con mi desvelo, para ahogarlos otra vez...
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Se levanta de mañana y un día nuevo lo recibe con noticias trágicas de delincuencia, narco y crisis. Como si fuera una cruel ironía de la vida, decidida a darle una bofetada para humillarlo, el sol esta saliendo, parece que el día será caluroso y hermoso, casi un cuento infantil. Daniel va a su trabajo, besa a su esposa y sus hijos e intenta poner una expresión convincente, como diciendo "Todo irá bien" sin poder decir todo lo contrario. Al doblar la esquina, una muchacha que no parecía mayor de quince años, lo observa. El sexto sentido del hombre le dice que huya, que corra. Pero sabe que no hay que temer, a plena luz del día, y ella era sólo una chiquilla.
Sin decir palabra la muchacha delgada y morena se planta con decisión frente a Daniel, sacando una navaja de frío y duro metal. No tiene que decir nada, ambos saben de qué se trata. A pesar de todo, el hombre se queda paralizado, sin saber qué hacer, si darle el único sustento para su familia y salvar su vida o arriesgarse a enfrentarse a la chiquilla de aspecto enclenque. Lo segundo parece más sencillo, su fuerza no es comparable con la de un hombre mayor de 25 años. Pero no repara en el metal que atraviesa sus entrañas, con un chasquido morboso. Daniel deja este mundo, poco a poco, mientras la última visión del mundo es la niña, que sólo es una víctima más del sistema. El moribundo la perdona en silencio, pidiéndole a una fuerza superior que cuide a su familia, a su adorada esposa, a sus hijos...Clac, clac, clac. Uno a uno los cordones que sostienen su vida se desprenden, abandonándole lentamente.
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