Hace frío y la gente cubre su rostro crispado por la soledad en una bufanda, decididos cambien a usar una máscara interna para estar presentables en la sociedad, ocultando lo que realmente es y lo que realmente piensa. El viento te susurra incoherencias y te recuerda aquella madrugada, que es un punto de partida y de comienzo, una similitud entre los borrachos y los insomnes. Viento frío, como los corazones que son casi incapaces de sentir siquiera lástima por el niño que vive debajo de aquel puente. Se me acerca un anciano, que me pide un cigarro para el frío.
-No es usual que una señorita fume, y menos de éstos- me dijo mientras extendía la cajetilla de Malboro Blanco.
Sólo atiné a asentir y sonreír con delicadeza. No era la primera vez que me decían eso.
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Crímen y secuestros son cada vez más frecuentes, y nadie se aterra tanto si aparece un muerto en su calle. Hace ya bastante tiempo, justo enfrente de mi casa, un chavito de diez años murió atropellado por un pinche microbusero que iba platicando con su vieja. Por andar caldeando no se fijó en que el pequeño atravesaba la calle en su bicicleta y no se dió cuenta hasta que oyó el grito horrorizado de la gente alrededor. El chico murió al instante, y no tomaron las placas, el sujeto se peló. No tengo nada en contra de los microbuseros, pero la mayoría son unos hijos de la chingada. Cortó de un tajo una vida apenas iniciada, entre las ruedas se llevó la tranquilidad de una sociedad y se coló el dolor de una madre, así como las lágrimas de una familia. Hasta parece una película de ciencia ficción todo lo que vivimos a diario, como si el apocalipsis estuviera cerca. Y no me extrañaría que de repente amaneciéramos un día con la bonita noticia que al planeta le quedas nada más que 24 horas. Entonces las redes de internet, teléfono y celulares se saturarían con millones de llamadas y mensajes. "Te quiero" "Te cuidas" y hasta "Siempre te amé pero nunca te lo dije". Por eso, aunque me acusen de canalla o cínica, prefiero decir lo que pienso. Uno ya no sabe si sobrevivirá al día de mañana, es muy fácil perder la fe en todo y en todos. Has perdido la fe en que te suban el salario. Has perdido la fe en la políca, en la política, en la justicia. Y sobre todo en las personas. El casero llega a cobrarte la renta y como una cruel ironía, después de quitarte hasta el último centavo, te desea buenos días. Sí, es fácil perder la fe.
-No es usual que una señorita fume, y menos de éstos- me dijo mientras extendía la cajetilla de Malboro Blanco.
Sólo atiné a asentir y sonreír con delicadeza. No era la primera vez que me decían eso.
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Crímen y secuestros son cada vez más frecuentes, y nadie se aterra tanto si aparece un muerto en su calle. Hace ya bastante tiempo, justo enfrente de mi casa, un chavito de diez años murió atropellado por un pinche microbusero que iba platicando con su vieja. Por andar caldeando no se fijó en que el pequeño atravesaba la calle en su bicicleta y no se dió cuenta hasta que oyó el grito horrorizado de la gente alrededor. El chico murió al instante, y no tomaron las placas, el sujeto se peló. No tengo nada en contra de los microbuseros, pero la mayoría son unos hijos de la chingada. Cortó de un tajo una vida apenas iniciada, entre las ruedas se llevó la tranquilidad de una sociedad y se coló el dolor de una madre, así como las lágrimas de una familia. Hasta parece una película de ciencia ficción todo lo que vivimos a diario, como si el apocalipsis estuviera cerca. Y no me extrañaría que de repente amaneciéramos un día con la bonita noticia que al planeta le quedas nada más que 24 horas. Entonces las redes de internet, teléfono y celulares se saturarían con millones de llamadas y mensajes. "Te quiero" "Te cuidas" y hasta "Siempre te amé pero nunca te lo dije". Por eso, aunque me acusen de canalla o cínica, prefiero decir lo que pienso. Uno ya no sabe si sobrevivirá al día de mañana, es muy fácil perder la fe en todo y en todos. Has perdido la fe en que te suban el salario. Has perdido la fe en la políca, en la política, en la justicia. Y sobre todo en las personas. El casero llega a cobrarte la renta y como una cruel ironía, después de quitarte hasta el último centavo, te desea buenos días. Sí, es fácil perder la fe.
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